La poesía me salva. Pero no es gratis ese milagro. La pago minuto a minuto con la aceptación obscena de mis temores y mis deseos. (Valeria Pariso)

destino indeseado y/o futuro posible

Dejé Mc Donalds y me metí a trabajar
en un súper. Es casi lo mismo pero más
consistente. Quiero decir: son 8 horas
en la nada (o en el todo)
como el común de la gente.
Ordeno las latas de arvejas con mucha
dedicación y tristeza. Aprendí a andar
en moto así que me compré una motito.
Todavía la estoy pagando. A diferencia
de antes tengo la heladera llena
y engordé 15 kilos. Ah, la poesía.
Bueno. De eso quería hablarte.
Dejé la poesía. Ahora miro películas.
Aunque llego cansada y entiendo poco
y nada.

Tengo plantas pero no sé regarlas.
De eso se encarga LA MECHI, que es la chica
que me ayuda en casa. Al fin puedo pagarle
a alguien para que me arme la cama.
Mi casa siempre está ordenada y tiene
mucha luz. Pero yo sigo triste.
Le cargo nafta a la moto y hago lo de siempre.
No hay preguntas existenciales. Acepto todo.
Y como muchos chocolates.
Mi sobrina pegó el estirón y ya no me hace
dibujos como antes.
Tampoco escucho mucha música.
Miro el noticiero y me lamento.

Pasó lo que sospechaba: sigo soltera
y ni siquiera estoy enamorada.
Los vínculos exigen algo que a mí me falta.
Mastico los chocolates y miro por la ventana.
Realmente mi casa tiene mucha luz.
Pero yo sigo triste.
No hay preguntas existenciales.
Cuando salgo a sacar la basura saludo
a mis vecinos con la mano.
Como si algo nos uniera.
El súper no me deja tiempo para nada.
Pero hay chocolates. Y pollo asado,
pizza y mucho vino. Ah sí, ahora tomo vino.
Ya verás que acá las hojas no se mueven.
Todo es de plástico y tiene olor a Lysoform.

Parece que estoy en un hospital.
Parece que me estoy curando.

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