Me dicen que el
hombre de los nueve dedos todavía
vive. Me cuentan que también deambula por las mismas calles.... Me recuerdan
que él es parte de mi pasado y, lo que es aún más trágico, de mi presente.
Aunque, claro... lo único que sepa hacer es ser, paradójicamente, un omitido
del listado de mis días. A veces lo veo, pero más lo ven. El hombre de los
nueve dedos no vegeta nunca. Se empeña en ser nada más y nada menos que un
desdibujado. Usa reloj para marcar SU tiempo. Sigue chueco, eso dicen. Pero
a mi no me interesa; eso creo. Sigue gigante, aunque, tan imperceptible... Es por eso que me
conmueve, generalmente, hasta la bronca. Y decido insultarlo, y no quererlo, y
olvidarlo. “¿El hombre de los nueve dedos todavía vive?” Mira vos, siempre tan
grata la vida con su cuerpo... que lo único que le quitó es la posibilidad de
señalarme con el dedo y gritar por el mundo que soy suya. Lo único. Lo único.
El hombre de los nueve dedos habrá perdido su, ya inútil, índice. Pero con él,
lo que es clave, la vergüenza. Usa reloj para marcar SU tiempo. No señala las agujas. Porque
él ya hace tiempo se detuvo.
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