La poesía me salva. Pero no es gratis ese milagro. La pago minuto a minuto con la aceptación obscena de mis temores y mis deseos. (Valeria Pariso)

El hombre de los nueve dedos.

Me dicen que el hombre de los nueve dedos todavía vive. Me cuentan que también deambula por las mismas calles.... Me recuerdan que él es parte de mi pasado y, lo que es aún más trágico, de mi presente. Aunque, claro... lo único que sepa hacer es ser, paradójicamente, un omitido del listado de mis días. A veces lo veo, pero más lo ven. El hombre de los nueve dedos no vegeta nunca. Se empeña en ser nada más y nada menos que un desdibujado. Usa reloj para marcar SU tiempo. Sigue chueco, eso dicen. Pero a mi no me interesa; eso creo. Sigue gigante, aunque,  tan imperceptible... Es por eso que me conmueve, generalmente, hasta la bronca. Y decido insultarlo, y no quererlo, y olvidarlo. “¿El hombre de los nueve dedos todavía vive?” Mira vos, siempre tan grata la vida con su cuerpo... que lo único que le quitó es la posibilidad de señalarme con el dedo y gritar por el mundo que soy suya. Lo único. Lo único. El hombre de los nueve dedos habrá perdido su, ya inútil, índice. Pero con él, lo que es clave, la vergüenza. Usa reloj para marcar SU tiempo. No señala las agujas. Porque él ya hace tiempo se detuvo.

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