Sigo entre las piernas de mi vieja y no hay nada más
preocupante que el olvido. Cuando no pueda más con su cuerpo y yo la mire de
costado, pero aparezca, quizás comprenda que no pude amarla más porque no
bastaban los momentos. Y si una lágrima es respuesta a mis reproches la pondré
en un frasco junto con las mías y le mostraré al fin mi mundo. Digamos que el
espanto es una alternativa, pero los milagros bailan todo el tiempo y puede que
me saquen a yirar justo cuando alista sus castañuelas y pasiones más sensatas. No
negaré que me duele en todo el cuerpo su distancia. No entiendo cómo es que
permite que se rompa tan fácil un cordón que alimenta no sólo mis más pálidas e
históricas carencias sino mis recientes encrucijadas que la buscan como nunca. La
vieja me clavó tantos puñales en el alma… que tengo que organizarlos para no
subestimar a la tristeza. Y es una buena idea para un martes, mala para un
lunes, innecesaria para el resto. Porque tampoco debo empapelar cientos de días
con su soberano desamor, incluso cuando sienta necesarios los ajustes del
recuerdo debo de ser cauta con el desborde, no asomarme demasiado a las heridas
si, al fin y al cabo, va a llover desenfrenadamente en mi colchón. Cuidar las
palabras, el alma, la vejiga.
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